Resulta
fácil comprender la unilateralidad del gobierno sobre las
consideraciones de la modernización del campo, como la
innovación tecnológica de la maquinaria agrícola,
la construcción de presas, los fertilizantes y las nuevas
semillas, pues el verdadero eje de las transformaciones ocurridas
en el campo mexicano se debe de juzgar desde el punto de vista
de la consolidación del dominio de la gran burguesía
agraria, los latifundistas y terratenientes, fundidos a los intereses
del capital financiero y del imperialismo norteamericano, que
acompañan al empobrecimiento de la gran mayoría
de la población rural.
La
modernización del campo es ante todo la expansión
e intensificación de la explotación capitalista
en las actividades agropecuarias, cuya fundamental tendencia es
dividir a la sociedad en "dos grandes campos enemigos que
se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado"
(C. Marx). El desarrollo del capitalismo en México es la
fuerza que genera la polarización social: de un lado, un
reducido número de ricos con la tecnología agropecuaria
en sus manos; y, del otro, la pobreza para millones de campesinos
que para subsistir no tienen otra alternativa que vender su propio
pellejo, convertirse en fuerza de trabajo asalariada.
Históricamente,
la crisis capitalista, el neoliberalismo y la globalización
vinieron a agudizar de manera generalizada dicho proceso de empobrecimiento,
corriendo el velo que ocultaba la demagogia de los discursos populistas
postrevolucionarios, acerca de la fortaleza campesina bajo las
leyes capitalistas y los cuentos de hadas desarrollistas: fue
inevitable la ruina y la creciente miseria de los pobres; el aumento
desmesurado de los campesinos sin tierra, su expulsión
de la comunidad para engrosar las filas del proletariado industrial,
para ser exprimidos hasta el tuétano en las fábricas,
para cavar las zanjas, cargar el bote o echar ladrillos en la
construcción, para rajarse el alma en las plantaciones
agrícolas en México y Estados Unidos; también,
para ampliar las fuerzas represivas, como soldados y policías
con los elementos más desclasados, que el Estado burgués
ceba para reprimir y aplastar el descontento popular que dicho
proceso de modernización genera.
Pero
estos cambios estructurales en el desarrollo del capitalismo y
la dominación neocolonial, compromete al Estado burgués
a apoyar los intereses económicos, políticos y comerciales
de los grandes productores, lo que estrechó su capacidad
de maniobra para atender las demandas de los campesinos pobres;
por el contrario, la alianza gran burguesa latifundista llevó
a suspender el reparto agrario, levantando la bandera blanca con
la finalidad de proteger a los ricos de las exigencias agraristas;
promoviendo el espíritu pequeño burgués con
títulos individuales de propiedad de la tierra en los ejidos,
que en realidad tiende a facilitar la concentración de
ésta por los ricos, limitando o eliminando los programas
de apoyo a los campesinos pobres.
En
el capitalismo no puede haber otro destino para el campesinado
pobre o sin tierra más que convertirse en jornalero, en
proletario. El gobierno de Fox no va hacer nada, por lo que no
extraña que, junto a su limitada capacidad de maniobra,
disimule ceguera. Para el campesinado el único camino que
le queda es luchar por la libertad, por romper las cadenas económicas,
políticas y sociales que le atan a ese destino de miseria,
de hambre, frío y enfermedades en sus humildes chozas.
En efecto, por muy mal que estén las cosas para los pobres,
los problemas no se resuelven por sí solos, los campesinos
tienen que organizarse, tienen que luchar.
Para
tener un futuro de justicia y libertad a los pobres no les queda
más alternativa que retomar las viejas demandas de Emiliano
Zapata, proyectarlas en el programa socialista y acabar, ahora
sí, de una vez y para siempre con los terratenientes y
la burguesía, transformando de raíz la estructura
de la propiedad de la tierra, completar el reparto agrario, a
partir de lo cual podrá apropiarse de la tecnología
moderna para producir, y proseguir el sendero de la movilización
por la colectivización de la tierra y la producción.
Para
el Estado burgués es prácticamente imposible modificar
su política agropecuaria para apoyar a los campesinos pobres,
a los sin tierra y a los proletarios agrícolas; por el
contrario, los tratados comerciales y políticas regionales,
como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN), el Acuerdo de Libre Comercio de América (ALCA)
y el Plan Puebla Panamá (PPP), se orientan a consolidar
el dominio de la oligarquía financiera y el imperialismo,
no sólo en el agro sino también
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