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Número 165 Abril de 2003

 
 

En qué consiste la modernización del campo mexicano

 

 

Resulta fácil comprender la unilateralidad del gobierno sobre las consideraciones de la modernización del campo, como la innovación tecnológica de la maquinaria agrícola, la construcción de presas, los fertilizantes y las nuevas semillas, pues el verdadero eje de las transformaciones ocurridas en el campo mexicano se debe de juzgar desde el punto de vista de la consolidación del dominio de la gran burguesía agraria, los latifundistas y terratenientes, fundidos a los intereses del capital financiero y del imperialismo norteamericano, que acompañan al empobrecimiento de la gran mayoría de la población rural.

La modernización del campo es ante todo la expansión e intensificación de la explotación capitalista en las actividades agropecuarias, cuya fundamental tendencia es dividir a la sociedad en "dos grandes campos enemigos que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado" (C. Marx). El desarrollo del capitalismo en México es la fuerza que genera la polarización social: de un lado, un reducido número de ricos con la tecnología agropecuaria en sus manos; y, del otro, la pobreza para millones de campesinos que para subsistir no tienen otra alternativa que vender su propio pellejo, convertirse en fuerza de trabajo asalariada.

Históricamente, la crisis capitalista, el neoliberalismo y la globalización vinieron a agudizar de manera generalizada dicho proceso de empobrecimiento, corriendo el velo que ocultaba la demagogia de los discursos populistas postrevolucionarios, acerca de la fortaleza campesina bajo las leyes capitalistas y los cuentos de hadas desarrollistas: fue inevitable la ruina y la creciente miseria de los pobres; el aumento desmesurado de los campesinos sin tierra, su expulsión de la comunidad para engrosar las filas del proletariado industrial, para ser exprimidos hasta el tuétano en las fábricas, para cavar las zanjas, cargar el bote o echar ladrillos en la construcción, para rajarse el alma en las plantaciones agrícolas en México y Estados Unidos; también, para ampliar las fuerzas represivas, como soldados y policías con los elementos más desclasados, que el Estado burgués ceba para reprimir y aplastar el descontento popular que dicho proceso de modernización genera.

Pero estos cambios estructurales en el desarrollo del capitalismo y la dominación neocolonial, compromete al Estado burgués a apoyar los intereses económicos, políticos y comerciales de los grandes productores, lo que estrechó su capacidad de maniobra para atender las demandas de los campesinos pobres; por el contrario, la alianza gran burguesa latifundista llevó a suspender el reparto agrario, levantando la bandera blanca con la finalidad de proteger a los ricos de las exigencias agraristas; promoviendo el espíritu pequeño burgués con títulos individuales de propiedad de la tierra en los ejidos, que en realidad tiende a facilitar la concentración de ésta por los ricos, limitando o eliminando los programas de apoyo a los campesinos pobres.

En el capitalismo no puede haber otro destino para el campesinado pobre o sin tierra más que convertirse en jornalero, en proletario. El gobierno de Fox no va hacer nada, por lo que no extraña que, junto a su limitada capacidad de maniobra, disimule ceguera. Para el campesinado el único camino que le queda es luchar por la libertad, por romper las cadenas económicas, políticas y sociales que le atan a ese destino de miseria, de hambre, frío y enfermedades en sus humildes chozas. En efecto, por muy mal que estén las cosas para los pobres, los problemas no se resuelven por sí solos, los campesinos tienen que organizarse, tienen que luchar.

Para tener un futuro de justicia y libertad a los pobres no les queda más alternativa que retomar las viejas demandas de Emiliano Zapata, proyectarlas en el programa socialista y acabar, ahora sí, de una vez y para siempre con los terratenientes y la burguesía, transformando de raíz la estructura de la propiedad de la tierra, completar el reparto agrario, a partir de lo cual podrá apropiarse de la tecnología moderna para producir, y proseguir el sendero de la movilización por la colectivización de la tierra y la producción.

Para el Estado burgués es prácticamente imposible modificar su política agropecuaria para apoyar a los campesinos pobres, a los sin tierra y a los proletarios agrícolas; por el contrario, los tratados comerciales y políticas regionales, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el Acuerdo de Libre Comercio de América (ALCA) y el Plan Puebla Panamá (PPP), se orientan a consolidar el dominio de la oligarquía financiera y el imperialismo, no sólo en el agro sino también

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