En nuestros días, la mujer proletaria
como parte de una sociedad capitalista sufre explotación
y pobreza, pero se acentúa más en ella, ya que
ha tenido que integrarse al trabajo remunerado de la industria,
donde es explotada igual o más que el resto del proletariado,
además del trabajo en casa, no reconocido como tal, puesto
que económicamente “no produce nada” y suele
ser pesado y esclavizante, haciendo con esto que su jornada
de trabajo se alargue, desde que amanece hasta que anochece.
La “exclusividad” del trabajo en casa para las mujeres
es algo que se arrastra desde hace mucho tiempo y que es fomentado
e impuesto por la familia, las leyes, la Epístola de
Melchor Ocampo, la religión, etc., donde la religión
juega un papel muy importante, porque es la principal promotora
de estas ideas que tienen que ver con la sumisión y el
sacrificio, “virtudes que toda mujer debe tener”
y que le “abrirán las puertas del cielo”.
El hombre en su mayoría es portador de “ideas machistas”
y forma parte de la opresión que sufren las mujeres;
de ahí, la burguesía quiere encaminar el descontento
y la lucha de las mujeres hacia los hombres y no hacia el sistema
capitalista, verdadero opresor no sólo de las mujeres
sino de toda la clase obrera. Hasta los discursos presidenciales
ha cambiado, ahora están dirigidos a “las y los
mexicanas y mexicanos”, pero todas estas ideas “incluyentes”
no tienen otro propósito que hacer pensar que, ahora
sí, la mujer es tomada en cuenta, y por lo tanto su situación
mejoró y puede llegar a cambiar. Pero las cosas sólo
cambiarán cuando la mujer aúne su lucha a la lucha
de las clases explotadas en contra del sistema capitalista.
La emancipación de la mujer se podrá dar hasta
que se liberen las clases explotadas y oprimidas por el capital.
La lucha de la mujer por la igualdad debe estar unida a la lucha
por el socialismo.