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La
fingida oposición a la guerra de "Humanistas
por la Paz"
Caso
Tijuana
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El
preludio e inicio de la invasión a Irak ha despertado una
serie de manifestaciones en contra. Aunque dicha inconformidad
varía en diferentes aspectos, el pacifismo domina todos
los campos. Veamos, por ejemplo, el caso más visible de
dicha oposición en Tijuana, encabezado por "Humanistas
por la paz", en cuya dirección política figuran
desde intelectuales, militantes del Partido de la Revolución
Democrática (PRD) y representantes de diversos sectores
de la clase media, entre otros.
Desde hace meses, este grupo lleva a cabo una serie de movilizaciones
“por la paz”, como secuencia que inició tras
los avionazos sobre las torres gemelas, el 11 de septiembre de
2001; donde se manifestaban a favor de la paz y contra el terrorismo.
Así, podemos iniciar la crítica. De entrada, podemos
decir que no es suficiente manifestarse a favor de la paz y contra
la guerra o “toda manifestación de violencia”.
Este tipo de manifestaciones traen consigo el sello de los intereses
políticos, económicos y sociales de una determinada
clase social o de un sector de clase específico. Es el
grito desesperado de una fracción de la clase media, preocupada
ante la pérdida de sus privilegios, ya que al fin de cuentas,
su situación estable la ha conseguido a partir del sistema
de explotación del hombre por el hombre: el capitalismo.
Su crítica moral carece de salidas concretas y revolucionarias
al problema, pues no pretende transformar, mucho menos abolir,
el modo de producción capitalista. La guerra, derivada
del interés de maximizar la ganancia capitalista, simboliza
una oportunidad de fractura en el sistema del que se han beneficiado.
Estos intelectuales, profesores y “ciudadanos sin partido”
pintados de amarillo, nunca se han opuesto a la esclavitud asalariada
a la que se ven sometidos los obreros y el pueblo en general.
Nunca han opuesto resistencia a la farsa electoral, que enmascara
y maquilla la sociedad actual de explotados y explotadores que
en los hechos reivindica. Peor aún, participan del circo
electoral y utilizan estos “actos de la sociedad civil”
para proyectar sus futuras campañas. Esa es la paz que
buscan, la paz de los sepulcros para los pobres, y la paz de los
beneficios para ellos. Es muy fácil convertirse en pacifista
de la noche a la mañana, pero es complicado asumir que
la solución no se limita a exigir la restitución
de la paz burguesa, sino entender cuál es el origen de
la guerra y cómo puede ser combatida y eliminada de raíz.
Esto, a nuestros “humanistas” dirigentes les importa
poco.
La guerra es un mal propio del capitalismo. Incluso, un “mal”
necesario para los capitalistas. A través de ellas, buscan
revertir las recurrentes crisis de sobreproducción, comerciales
o financieras. Se anexan mercados para vender sus mercancías,
controlar la extracción y uso de un mayor número
de materias primas, dominar política y militarmente una
región equis, prueban sus adelantos tecnológicos
y militares, y mantienen a raya a capitales imperialistas rivales.
De tal modo que en el capitalismo las guerras encuentran su hábitat
natural. Ningún anhelo utópico y charlatanesco podrá
contradecir lo anterior. Y mientras, nuestros “humanistas
por la paz” idealizan hasta el extremo los “tiempos
de paz” que el capital concede a los obreros y al pueblo.
En dónde los niveles de explotación, enajenación
y miseria están dentro de la “legalidad”.
En verdad, dentro del capitalismo sólo existe democracia
burguesa o fascismo. Por ello, para transitar hacia una oposición
consecuentemente revolucionaria contra la guerra, debemos levantar
nuestra lucha combativa contra el mismo capitalismo, la burguesía
y el imperialismo. Cómo se mencionaba en un número
anterior de Vanguardia Proletaria, a los pobres no les beneficia
la democracia burguesa; sólo encontrarán una solución
peleando por resolver la contradicción entre Socialismo
o barbarie. Única salida real y revolucionaria posible.
Como los hechos lo han confirmado, el apelar para que los imperialistas
y sus aliados ricachones en el mundo se apeguen a “la ley”,
mantengan un voto por la paz o respeten la autoridad de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU), son puras consignas huecas y baratas.
Es dar píldoras adormecedoras para un cáncer. Los
imperialistas y sus propósitos no encontrarán límites
en estos aspectos o instancias, basta con destruir o ignorar a
los propios organismos que ellos han creado, cuando éstos
obstaculizan sus fines supremos. Tal cual se hizo con la ONU o
la OTAN. Vemos que la táctica de nuestros amigos “Humanistas
por la Paz” se ha ido al bote de la basura, gracias al desarrollo
concreto de los acontecimientos.
Los “humanistas” están muy orgullosos de aglutinar
el descontento de los grupos de la pequeña burguesía.
La totalidad de la base espontánea de dicho movimiento
habría que decirlo no es necesariamente igual que la dirección
de “humanistas”. Entonces, la crítica la seguimos
enfocando a la cabeza tangible de la organización. Emborrachados
por su conciencia de clase, han lanzado flores a los “grupos
de riquillos” de las universidades privadas que han conseguido
convocar. Piensan que eso será necesario para convencer
y conseguir el restablecimiento de la paz de los ricos. Esto es
rotundamente falso. Nosotros afirmamos que sólo la clase
obrera y las masas populares manifestándose violenta, combativa
y revolucionariamente contra la guerra y el capitalismo en general,
pueden frenar la invasión a Irak. Sólo oponiendo
el movimiento revolucionario y una conciencia de clase revolucionaria,
podemos triunfar.
En resumen, los “humanistas” actúan como conservadores
y anti-populares al aferrarse a ver sus intereses de minoría
como los de toda la sociedad y querer la tranquilidad de la no
violencia, pues es la que más dividendos puede dejarles.
Mientras sigan defendiendo a la propiedad privada, al capital
y a la democracia burguesa, jugarán, independientemente
de sus intenciones, un papel reaccionario.
En sus marchas, los “humanistas” llaman a todos a
vestirse de blanco, a no llevar ningún tipo de propaganda
política, a no gritar consignas “violentas”
ni antiyanquis. Mientras, ellos reparten el “Himno a la
alegría” y gritan por el cumplimiento de las normas
burguesas internacionales, como si realmente esas leyes y organismos
estuvieran por encima de los intereses económicos de las
potencias gran burguesas que los idearon. Pero las buenas intenciones
de los pacifistas no son la realidad; así, no pueden imprimir
su sello a todas las manifestaciones contra la guerra, que abren
la conciencia del carácter de clase de la misma. A pesar
de todo, por ejemplo, los pacifistas humanistas no pudieron evitar
durante la marcha y plantón en la línea internacional
en Tijuana (29 de marzo), que los grupos más radicales
que acudieron a la confluencia de marchas, rompieran y quemaran
una bandera gringa, bajo la vigilante mirada de la policía
norteamericana. Los “humanistas” en Tijuana corren
a los militantes del FPR que llevan sus banderas rojas de la hoz
y el martillo, pero no pueden evitar la circulación de
la propaganda comunista y la “contaminación roja”
de su contingente.
Es inevitable, la hoz y el martillo aplastará la tímida
paloma blanca pacifista. La guerra es la manifestación
más alta de la política. Los obreros, los campesinos
pobres y todo el pueblo pobre deben tomar partido. Los comunistas
tenemos el deber de convertir la crítica a la guerra imperialista
en crítica y práctica contra el orden de esclavitud
asalariada, contra el capitalismo.
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